martes, 26 de marzo de 2024

"El hueco", de Greg Jackson

 Esta es mi traducción del relato de Greg Jackson, "The hollow", publicado en The New Yorker el 22 de noviembre de 2021. Aquí el relato original: https://www.newyorker.com/magazine/2021/11/29/the-hollow


"EL HUECO"

Por Greg Jackson.


Jonah Valente había sido un tema de diversión para Jack y sus compañeros de universidad, y probablemente lo había seguido siendo para otras personas desde entonces. Un joven raro, intenso y musculoso, del tipo que uno se imagina estrellándose contra una pared por accidente, tenía la cualidad tenue y confusa de los estudiantes reclutados para jugar al fútbol en la escuela, que o bien no daban la talla académicamente o bien no creían darla. La fama de Valente, lo que le había convertido en una figura en el campus -uno de ese subconjunto de unos cincuenta compañeros que, poseyendo alguna extravagancia de carácter, definían el carácter compuesto más amplio por el que el cuerpo estudiantil se entendía a sí mismo-, se debía a que había abandonado abruptamente el fútbol durante el segundo año para dedicarse a la pintura, una pasión que había desarrollado aparentemente de la nada y con una seriedad absoluta que avergonzaba a sus compañeros más sofisticados, que sabían disimular su sinceridad. Cuando Valente abandonó el equipo de fútbol, cambió de especialidad y empezó a juntarse con un grupo de holgazanes drogadictos que merodeaban por el departamento de Artes Visuales como moscas cegadas por el sol, el periódico escolar publicó un artículo sobre su inusual transformación y adquirió el apodo de Beaux Arts. Éste se acortó a B.A., y luego a Baa, Balente, Ballantino, la Ballena Barbada, simplemente la Ballena, y, por una vía completamente distinta, Picasso. Un año después, tras pasar el verano en Florencia con una beca de pintura, Valente fue expulsado de la escuela. Según los rumores de la época, su expulsión tenía que ver con las drogas, pero Valente sostenía entre sus amigos que era la forma que tenía el colegio de castigarle por dejar el fútbol. Jack no tenía base para juzgarlo. Tampoco le importaba de todas formas. Al fin y al cabo, sabía muy poco de sus compañeros de clase, de sus vidas reales y de sus decepciones y esperanzas, y lo que sabía era sobre todo de oídas, y a menudo dudoso e incluso algo fantasioso.

En los indolentes y halagüeños días previos a la graduación, Jack había pensado en Valente exactamente una vez. Estaba completamente drogado en la sala común de un amigo, mirando las molduras de la corona, cuando se dio cuenta de que la gente llamaba a Valente "la Ballena" no simplemente por el patrón de asociación de ciertas palabras, sino en referencia a la historia de Jonás (Jonah). Cuando esta idea se encendió en su interior, pareció brillar durante un minuto con un significado profundo e inarticulable. Luego lo olvidó, y probablemente también habría olvidado a Valente si años más tarde no se hubiera mudado a la zona rural donde, según su amigo en común Daniel, Valente vivía en casa de su madre. La casa de Jack estaba en el condado de al lado, a media hora en coche, pero era un recién llegado y aún no conocía a nadie.

Se había mudado allí con Sophie. "La elección de Sophie", le decía de broma a la gente. En realidad, la habían elegido los dos. Pero poco después de comprar la casa y dejar la ciudad, él perdió su nuevo trabajo y perdió a Sophie. Ella no le había dejado por el trabajo (en una gran empresa financiera), aunque no le gustaba su nuevo trabajo ni creía que a él le gustara. Al parecer, a ella tampoco le gustaba su nueva vida en el campo. A veces se llamaba a sí misma periodista, pero eso no era del todo cierto. Escribía -no ficción, tenía una titulación en ello-, pero recibía encargos de revistas con poca frecuencia y le costaba terminar los artículos. Le faltaba algo de fuego, sería la primera en admitirlo. Mordió más de lo que podía masticar, pasó meses sumergiéndose profundamente en proyectos, luego se encontró paralizada, incapaz de escribir una palabra. Hacía tiempo que Jack había dejado de darle consejos. Se limitaba a suponer que él ganaría el dinero y que ella decidiría (o no) cómo quería emplear su tiempo, y que de cualquier modo tendrían hijos y una casa, un jardín, amigos, vacaciones, etcétera. La compra de la casa había llevado casi un año. En cuatro semanas, todo se había venido abajo.

Sophie dijo que sus sentimientos por él no habían cambiado, pero que ahora comprendía -había aflorado en su interior con una fuerza que apenas podía describir- que algo iba mal, mal para ella, en todo caso, con la vida que habían planea ante ellos, y que si no salía ahora nunca lo haría. Jack señaló que su nueva vida apenas había comenzado. Pero ella era inquebrantable. "Me conozco", dijo. "Una vez que me establezca, una vez que tengamos un hijo y lo demás, nunca me iré". No parecía exactamente desesperada, sino como si se estuviera ahogando en una sustancia bajo la que sus palabras la obligaban a sumergirse. "Por favor". Ella apoyó los dedos en su antebrazo. Y él no discutió. Mejor dar espacio a la gente. O volvían a ti, razonaba, o desaparecían en su propia confusión y miseria. Con la gente que no le gustaba, pensaba que era como darles suficiente cuerda. Con Sophie, era la indecisión habitual, la huida habitual. Eso es lo que él creía.


La casa estaba en Trevi, una pequeña aldea situada río arriba de la ciudad, más allá de los suburbios, pintoresca y hermosa (aunque no tan grandiosa como su nombre europeo), con perales Bradford a lo largo de toda la calle principal, que en primavera llenaban de pétalos la calzada y el aire de tal manera que parecía una escena de nieve. Un depósito de agua con el nombre de la ciudad, erguido sobre patas de arácnido, con manchas de agua que oxidaban su pintura gris azulada, empequeñecía las casas de dos pisos y los escaparates y tiendas de ladrillo. Años atrás, algún gracioso local la había bautizado como la Fontana de Trevi, y más recientemente un grupo de amigos de una universidad cercana había comprado un edificio bancario en desuso en el corazón de la ciudad y había abierto una cafetería con el mismo nombre.

Trevi se encontraba en la línea de ferrocarril al norte de la ciudad y era la única parada en veinte millas a la redonda y, naturalmente, esto aportaba cierta riqueza y aire cosmopolita que no se encontraban en toda la región, y desde luego no en Rock Basin, donde vivía Jonah Valente con su madre. Al principio, Jack había pensado coger el tren para ir a trabajar. Llevaba poco tiempo en Tabor Investments cuando lo despidieron. Antes de eso, había pasado media década en la oficina del fiscal del distrito y parecía dispuesto para una carrera política. Pero se había quemado con esa vida, o eso es lo que él decía, en cualquier caso, y en previsión de formar una familia había firmado para lo que él creía que sería una posición más suave en todo. Tal vez su nuevo empleador no estuviera de acuerdo con esta interpretación de su trabajo, porque, en cuanto dio a sus jefes la oportunidad de hacer un comentario imprudente en un programa de noticias de negocios, no perdieron tiempo en despedirle. No, le habían dejado caer la amenaza. Podía haber luchado para quedarse, pero, en lugar de eso, altivo y superior, se había tirado un farol y les había obligado a seguir adelante.

La casa era una granja de principios del siglo XIX, arreglada y ampliada a lo largo de los años, pintada al carbón siguiendo el nuevo estilo, un color como el humo contra el cielo oscuro. Tenía revestimiento de tablas de madera y tejado metálico, un pequeño campo casi privado con un viejo muro de piedra y un gallinero que se caía, un pequeño arroyo y una profusión salvaje de hiedra y flores. Hacia la carretera principal había un granero sin pintar. Jack, que había invertido tanto en instalarse -amueblar, repintar, retocar las molduras, cambiar los cristales agrietados de las ventanas, hablar con contratistas, paisajistas y arbolistas sobre qué hacer con el gallinero, el patio, los arces plateados y los robles-, se sintió invadido por la apatía. Apenas se atrevía a fregar los platos o sacar la basura. El correo se amontonaba sin abrir en una silla de la entrada. Poco antes, había sido una dinamo, al teléfono con abogados y especialistas en tratamiento de aguas, contratistas de fosas sépticas, electricistas y agentes de seguros. Había aprendido sobre pozos subterráneos y campos de lixiviación, sistemas de purificación de agua por rayos ultravioleta, bombas de sumidero, accesorios de tuberías, aislamiento de espuma, exenciones fiscales bizantinas y calendarios de impuestos sobre propiedades, la vida útil de las tejas, el revestimiento de aluminio de los tejados y los separadores de las fosas sépticas. Separadores. Eso le gustaba. ¡Eso lo decía todo!. Finalmente, simplemente paró.

Daniel, el amigo de la escuela de Jack, dijo que el estado mental de Jack tenía mucho sentido. "Dios, teniendo en cuenta todo. Emborráchate, echa un polvo", dijo. "Los franceses se irían de putas". Jack suponía que había sido él quien había telefoneado a Daniel, pero ya no lo parecía.

Había llamado buscando noticias de Sophie. Daniel era un exitoso escritor en revistas y alguien a quien Sophie acudía a menudo en busca de consejo profesional. De hecho, era Daniel quien había escrito el artículo sobre Valente para el periódico escolar ("Retrato del artista como joven centrocampista") y quien ahora le decía a Jack que debería llamar a Valente.

"¿Alguna noticia de Sophie?" preguntó Jack.

"¿Soph? Está bien. Se está quedando en casa de sus padres, pero supongo que eso ya lo sabes". Daniel se rió de repente. "La última vez que la vi, fue en algunos bares, escribiendo en un cuaderno, esperando a que los tíos le mandaran mensajes".

Jack respondió estoicamente. "¿Qué tíos?"

¿"Citas"? No lo sé. Creo que dijo que estaba escribiendo un libro. Sobre como es tener citas actualmente, o aplicaciones de citas. Algo así. Tal vez dijo 'aparearse'. "

"Ya veo. Así que ella es la que sale en plan puta", dijo Jack.

"Sí, tú eres el único que no se divierte".

Jack podía imaginársela sentada en la barra, con el pelo negro cayéndole sobre la cara mientras se inclinaba sobre su diario, pensativa y soñando despierta. Le sorprendió encontrar este pensamiento, la imagen de ella sentada allí, conmovedora, en lugar de molesta.

Aun así, cuando la llamó por teléfono, le dijo: "He oído que has estado saliendo en plan puta".

Ella no se rió, pero hizo un ruido que sugería cansancio o molestia, o quizá ambas cosas. "¿Qué te dijo Daniel?"

Jack hizo un relato inexacto y en gran parte imaginativo de la conversación. No quería herir a Sophie, pero a veces sentía el impulso de ser grosero e incluso malvado. Le brotaba como una presión irresistible que se acumulaba tras la falsedad que ocultaba la cruda y oscura realidad del corazón.

Cuando terminó, Sophie se quedó callada un momento y luego dijo: "No quiero entrar en el hábito de tener que darte explicaciones. Así que supongo que no voy a hacerlo".

"Si es libertad, tiene que sentirse como libertad", sugirió.

"Algo así".

Más tarde, sin nada que hacer, telefoneó a Valente. "¡Ostia! ¿Jack Francis?" Vaya, era Valente, la misma voz profunda, resonante y emocionada. "Tío, me alegro de que hayas llamado", dijo Valente. "Mi madre me está volviendo loco".


Fue Valente quien notó el hueco. No fue durante su primera visita, que Jack y él pasaron poniéndose muy borrachos. Jack le habló de Sophie, de la oficina del fiscal y de su breve incursión en el sector privado, el callejón sin salida en general al que parecía haber conducido su vida. Pero, sobre todo, escuchó a Valente hablar de los años que había pasado intentando hacer despegar su carrera artística, manteniéndose en cuerpo y alma con trabajos a tiempo parcial. Valente había trabajado pintando casas, pero algo había sucedido y ahora era entrenador de rugby femenino en un colegio católico al otro lado del río. Esa semana, el colegio estaba de vacaciones de primavera.

Hablaron de la universidad, por supuesto, y Jack se sorprendió al ver que sus recuerdos de aquella época no coincidían. No debería haberle sorprendido -Valente tenía muchas ideas extrañas-, pero era vagamente desconcertante ver que dos personas podían vivir la misma experiencia y entenderla de forma tan diferente. Jack dijo que al principio había encontrado interesantes a todos en la universidad -únicos y particulares y destinados, al parecer, a un futuro extraordinario-, pero que todos habían resultado ser aburridos y convencionales, y cada vez se veía más a sí mismo como aburrido y convencional también. Valente no estaba de acuerdo. Pensaba que sus compañeros de clase habían sido profundamente raros y se habían aferrado a la idea de que eran sosos y convencionales para no desaparecer de la faz de la tierra.

"¡Mírate!", exclamó. "Intentaste ser el hombre del traje de gris y te despidieron por hablar mal en uno de esos programas de estafas".

Esto era cierto sólo en parte. Jack, aquel fatídico día, había estado escuchando a un niñato con lo que él creía que eran gafas sin graduar hiperventilar sobre las cifras de beneficios de una empresa china con la que Tabor hacía negocios. Mientras el hombre se quedaba prácticamente sin aliento y con los ojos saltones ante la infravaloración de la empresa, un gráfico superpuesto que mostraba un medidor de compraventa parpadeaba "¡Compra! ¡Compra! Compra!" -y Jack, agotado por esta cháchara, harto de Tabor y de la expectativa de aparecer en estos programas, el diablillo que había en Jack, con una imperceptible sonrisa burlona, dijo: "Bueno, sí, si te crees esas cifras".

Habría sido una exageración, pero podría haber dicho a sus jefes que se había confundido sobre con qué compañía trabajaba Tabor. No era muy plausible, pero le habrían permitido un único strike. En lugar de eso, se limitó a decir: "¿De verdad se creen esas cifras?". A veces tenía tan claro que tenía razón y que los demás no eran sinceros que apenas podía respirar.

Él y Valente también recordaban de forma diferente las secuelas de la expulsión de Jonah. Valente parecía creer que había surgido algún tipo de movimiento popular para reincorporarlo. Jack no recordaba nada de eso. Recordaba bromas sobre Valente, y la sensación, si no la sugerencia directa, de que había sido mejor lo que había pasado, ya que claramente había algo raro en su antiguo compañero de clase. Mitologías sobre Valente surgieron en su ausencia, tan predecibles como improbables, pero sobre todo fue olvidado.

Jack y Valente estaban sentados al aire libre bajo una pérgola cubierta de enredaderas de patata y clemátides. Jack había encendido un fuego en la hoguera, y la leña crepitaba y chisporroteaba, envolviendo las flores y las enredaderas en una luz cambiante. Valente dijo que estaba releyendo su biografía favorita de Van Gogh, y que el artista, que afirmaba encontrar la oscuridad más colorida y vívida que el día, había pintado de noche con velas encendidas en el ala de su sombrero de paja. "Un gran fuego arde en mí, pero nadie se detiene a calentarse", recitaba. "Pasan de largo y sólo ven las volutas de humo". Así era Van Gogh. Valente se echó hacia atrás e inclinó la cabeza hacia el cielo. Había perdido volumen desde la universidad y ahora estaba casi delgado, esculpido en intenso relieve. La luz y la sombra acentuaban los huesos y los huecos de su cara. Le dijo a Jack que estaba ahorrando para un programa de verano en Francia, un curso de pintura. No la mierda de siempre, dijo. Estudiabas con verdaderos maestros. Y te llevaban a todos los lugares famosos: Auvers, Arles, Saint-Rémy. Pero era caro, y no podía ahorrar lo suficiente a menos que viviera con su madre. ¿Estaba exponiendo? Jack quería saberlo. Había una cafetería en Rock Basin, dijo Valente. No era gran cosa, pero tenía una pequeña galería y él tenía algunas obras allí. Le contó a Jack que la primera exposición pública de Van Gogh había sido en el escaparate de un proveedor de arte, un hombre al que debía dinero en La Haya. Van Gogh convenció al tipo para que expusiera algunos de sus cuadros; si se vendían, dijo, utilizaría el dinero para saldar la deuda. Pues bien, no se vendieron, y a los marchantes que los vieron en el escaparate tampoco les gustaron. Valente se rió. "Eso te lo demuestra", dijo, sonriéndole nada más que a la oscuridad. "Todo el mundo tiene que empezar por algún sitio".


"Tío, ¿qué hay en medio de tu casa?".

Así saludó Valente a Jack en su tercera visita.

Jack le dio una cerveza y cogió otra para él de la nevera. "¿Qué quieres decir con en medio?".

Valente le explicó que se había despertado por la noche con la extraña intuición de que algo iba mal en la casa de Jack. "No paraba de darle vueltas en mi cabeza. Como dando vueltas por el piso de abajo. Entonces me di cuenta de que hay una zona que no forma parte de ninguna habitación".

Jack negó con la cabeza; no lo entendía. Valente dijo que se lo enseñaría y condujo a Jack a la zona cerrada de la casa, demostrándole cómo, acercándose a ella desde cualquiera de las seis habitaciones contiguas, no se notaría nada raro e incluso podría confundirse con parte de la columna de la escalera. Era más pequeño que una habitación y, según sus conjeturas, podría tratarse de un armario empotrado o una despensa sellados, o tal vez del hueco de una chimenea en desuso, aunque cuando caminaron por encima y por debajo de la zona en el segundo piso y en el sótano, no se veía ningún elemento vertical.

Valente pidió a Jack una cinta métrica, papel y bolígrafo y se dispuso a dibujar un plano aproximado. Dibujó con sorprendente eficacia y facilidad. Jack le observaba. El sol bajo entraba a raudales por las ventanas orientadas al oeste, penetrando en los tarros de cristal de colores del alféizar y pintando formas como manchas de acuarela en la pared. Valente supuso que la zona cerrada no medía más de un metro por dos. Para saber más, tendría que atravesar la pared. Pero Jack acababa de terminar de repintar las paredes. Así que había un hueco, ¿y qué?

Salieron al cálido y sedoso atardecer. Una luz dorada perfilaba la colina, adhiriéndose a las partículas de polen y folículos de flor de hierba que se elevaban y temblaban en el aire. Valente contemplaba el sol poniente.

A veces hablaba de un modo que a Jack le hacía pensar en una roca que baja tropezando por una colina: lenta, inexorable, siempre en peligro de desviarse peligrosamente de su curso.

Un pez sostiene una caña de pescar en el océano mientras otro pez lo observa.

"Tiene que haber una forma más fácil de encontrar novia".

"Cuando dijiste que mudarte aquí era 'La decisión de Sophie', ¿estabas citando esa película?", preguntó.

"Es un libro", dijo Jack. "O primero fue un libro".

"Sobre el Holocausto".

"Eso dicen".

Valente entornó los ojos perplejo. "¿Qué tiene que ver el Holocausto con mudarse aquí?".

"Nada", dijo Jack. "Es sólo un chiste malo".

Valente hizo una pausa y frunció el ceño como un mimo fingiendo pensar. "Cuando la Gestapo vino al estudio de Picasso durante la Ocupación, había una foto del 'Guernica' por ahí. Le preguntaron: '¿Has hecho tú esto?', y él respondió: '¡No, lo habéis hecho vosotros! "

Jack le miró. "¿Es cierto?"

Valente se encogió de hombros. "No lo sé. Es lo que dicen. Picasso dijo que el arte es una mentira que nos hace ver la verdad".

Jack no respondió, y Valente cerró los ojos. A lo lejos, la luz del sol daba en una ventana del cobertizo de herramientas y quemaba un oro líquido y cegador. La cara de Valente tenía pliegues y dobleces como un acordeón. Ha envejecido más que el resto de nosotros, pensó Jack.

"Hay un depóstio de agua en Rock Basin", dijo Valente, "como en Trevi". Sus ojos estaban aún cerrados mientras hablaba. "Durante años, Ropeman y yo hablamos de subir una noche y pintarlo. Probablemente íbamos a pintar alguna chorrada, algo lascivo, ya sabes. Pero ahora creo que simplemente pintaría unas letras grandes que dijeran 'Eres libre'. "

Los sotorreyes hicieron su llamada nocturna-límini, límini, límini.

"¿Ropeman?" Jack dijo.

"Un amigo del instituto". Valente abrió los ojos. "Le llamábamos Ropeman, el hombre de la cuerda, porque tenía un apellido polaco que nadie podía pronunciar. Empezaba por 'rope'. "

"¿Qué hace ahora el Hombre de la Cuerda?"

"Está muerto". La voz de Valente era llana y miraba fijamente hacia el gallinero con su listón roto enterrado en madreselva.

"¿Qué ocurrió?"

Por un segundo, Jack creyó ver un fuego salvaje en los ojos de Valente, luego el fuego parpadeó, asentándose en la suavidad, como una estrella.

"Cuando la prima de Van Gogh no quiso casarse con él, metió la mano en la llama de una lámpara", dijo Valente. "La familia de ella no le dejaba verla, y él dijo: 'Déjame verla mientras pueda mantener la mano en la llama'. Supongo que fue algo así con Ropeman".

"No sé qué significa eso", dijo Jack.

Valente hurgó en la hierba donde colgaban sus dedos. "Nadie se dio cuenta de que se estaba quemando".

"¿Y qué pasó con Van Gogh?".

"Apagaron la lámpara", dijo Valente. El sol se había ocultado casi por completo tras la colina. Un único rayo ondeaba por encima de la cresta como una esquirla de cristal. "Van Gogh no se suicidó. Todo el mundo cree que sí, pero fueron unos adolescentes a los que les gustaba gastarle bromas. Le dispararon, probablemente por accidente".

"Nunca había oído eso."

"Búscalo".

Jack cerró los ojos. Un tenue residuo de color rojo o naranja se filtró a través de sus párpados. "Cuéntame más sobre Van Gogh", dijo.

Y Valente habló, de campos de trigo y flores y cuervos y cielos turbulentos, de pintar la soledad y el dolor y la angustia, de momentos en los que el velo del tiempo y de la inevitabilidad (por usar las propias palabras del pintor) parece abrirse durante un abrir y cerrar de ojos, de barcos en tormentas, y de barcos que tiran de otros barcos -remolcándolos, tirando de ellos- y de cómo un barco a veces tira de otro, mientras ese segundo barco indefenso se prepara para invertir los papeles algún día y tirar del primer barco durante una tormenta, o en un momento de especial necesidad. Valente describió a una persona imposible, un sinvergüenza, un vagabundo, difícil y brusco, propenso a las peleas, a acostarse con prostitutas, rechazado por todo el mundo, repulsivo incluso para sus padres, antipático, sin hogar, impulsado por un amor inexpresable, o un amor que sólo era expresable de una forma particular que no permitía que fuera compartido entre dos personas, y que por lo tanto estaba maldito, un amor que fue rechazado mientras vivió, y sólo, cuando este cretino, este parásito, ofensivo para todas las normas del buen gusto, todo el mundo se dio cuenta de lo mucho que deseaban su amor peculiar, desplazado y demasiado maduro, y la misma gente respetable que lo había encontrado tan repugnante ahora lo estrechaba contra su pecho con el anhelo más feroz, porque cierta intensidad de color les recordaba, o así lo decía Valente a su manera, insinuaciones de tal intensidad en momentos suyos que habían olvidado o reprimido.


Jack había tenido la intención de olvidar el hueco, pero descubrió que no podía. Por la noche, antes de dormirse o de despertarse en la oscuridad, sentía su inquietante y mística cercanía, y eso le inquietaba. Empezó, sin darse cuenta al principio, a orientarse en la casa y en la propiedad en relación con el hueco. "Como La Meca o Jerusalén", se dijo, riendo para sus adentros, como si la broma fuera a quitarle fuerza al hueco. Al inspeccionar las paredes, no encontró ninguna grieta ni arruga; la pintura y el yeso corrían impecables por las esquinas, el techo, los zócalos: no había forma fácil de entrar. Empezó a enfadarse con los vendedores. Seguramente sabían que había un hueco secreto y no habían dicho nada. Quizá incluso lo habían cerrado.

Terminaron las vacaciones de primavera y Valente volvió a entrenar. Jack lo veía menos. Jack no echaba de menos verle, pero no ver a nadie presentaba su propio problema; qué hacer consigo mismo. Sentía que una gran inquietud crecía en su interior, algo vasto y sin forma. Se tumbó en la hierba de la colina, iluminada por el sol, observando cómo las hojas se movían con la brisa. Los campos y huertos de la lejanía parecían sobreexpuestos, dorados por un lado con vetas de luz.

Los días se fundían en uno solo. Estaba bebiendo demasiado, pero ¿qué otra cosa podía hacer? No dejaba de pensar en un concierto en la ciudad al que Sophie y él habían ido durante las vacaciones. Fue en una iglesia de la parte alta de la ciudad, en algún lugar del East Side. Piedras oscuras y pesadas componían las paredes y la bóveda de la iglesia: un espacio íntimo, alto y sólido. Ya no recordaba en qué consistía el concierto: un programa mixto de piezas canónicas y nuevas, interpretadas por un conjunto sobrio y cambiante. La iglesia era pequeña y el público escaso. Lo que sí recordaba era el sonido de camiones, camiones de la basura, fuera en la calle, pesados, vibrando, acelerando, frenando, dejando escapar silbidos de aire comprimido y las quejas de sus tensos motores cuando se detenían y arrancaban a lo largo de su ruta. El sonido de los camiones, bajo y sonoro a través de los muros de piedra, había hecho la música más hermosa de alguna manera, acentuando quizá la existencia simultánea de las realidades dispares que mantienen unido nuestro frágil mundo en su quebradizo caparazón. La música caminaba de puntillas por el filo de la navaja de sus tonos, dando la ilusión de libertad cuando siempre había muchos más pasos en falso que puertos seguros y ágiles zambullidas en la virtud.


Cuando Valente llegó un viernes por la tarde, su largo pelo colgaba en mechones grasientos y tenía la cara manchada de suciedad.

"Hoy hemos tenido partido", explicó y cogió la cerveza que Jack le ofrecía.

"Creía que eras el entrenador", dijo Jack.

Valente bebió profundamente, contestó demasiado rápido y se atragantó. "Sí, pero cuando ganamos dejo que las chicas se me tiren encima". Tosió para aclararse la garganta. "Ya sabes, es como un rito tribal".

"¿Como un rito tribal? ¿Cuántas chicas te derriban?"

"No lo sé. ¿Quince? Deberías verme", dijo Valente. "Soy como Gulliver".

Jack le señaló la cara. "¿Alguien te dio un puñetazo en el ojo?".

La voz de Valente era suave y melancólica. "Tío, esas chicas están locas", dijo. "Les encanta pegarme".

Se hizo el silencio y contemplaron brevemente los pájaros que se deslizaban entre los árboles a contraluz, siluetas definidas contra un cielo dorado.

Jack tosió ligeramente en su puño. "Entonces... ¿qué deberíamos hacer con ese hueco?"

"¿Hueco?"

"La cámara en la pared".

Valente pareció no entender. "Ah, eso", dijo al cabo de un minuto. "¿Pero a quién le importa eso?"

¿A quién le importa? pensó Jack. ¡Tú fuiste quien sacó el tema!

"Esto es lo que hay que hacer", dijo Valente. "Haz un agujero en la pared y pasa por él una cámara espía de fibra óptica".

"No tengo una cámara espía de fibra óptica", dijo Jack.

"Ya." Valente asintió. "Lástima".

En el arroyo que tenían a sus pies, unos pececillos se movían y correteaban en la corriente. Jack los observó moverse bajo el trenzado del agua.

Valente terminó su cerveza, aplastando la lata entre sus manos fuertes y pesadas, y sonrió.

Jack le devolvió la sonrisa. "Oye, ¿por qué te echaron de la escuela?", preguntó.

Hasta ese momento Jack se había sentido indiferente ante esta pregunta, o peor que indiferente: sentía que la respuesta le decepcionaría. Pero un repentino enfado con Valente se había apoderado de él, una sensación del límite exacto de lo que Valente podía ser o hacer, una sensación -¿cómo decirlo?- de cierta grosería insuperable en el carácter de Valente que nunca, ni siquiera con un compañerismo y un cuidado ilimitados, se asentaría en una autoconciencia suficiente. De pie junto al ricino verde-violeta, el ex jugador de fútbol pateó unos parches de musgo y una costra de barro apelmazado que había a lo largo de la orilla del arroyo. Sonrió sin volverse, como si se tratara de un pececillo nadador.

"No me echaron", dijo.

"No te echaron".

"Podía haber vuelto". Valente miró los árboles. "No quise".

¿Y eso por qué? preguntó Jack.

Valente entrecerró los ojos con intensidad mientras las hojas sobre ellos temblaban como lentejuelas de color verde plateado. "Tomé mucho ácido ese verano", dijo después de un minuto. “El verano después de que me dijeran que me tomara un año de descanso. No recuerdo por qué, pero tenía las llaves del apartamento de George Diehl. ¿Recuerdas a Diehl? Nunca me gustó ese chico, pero siempre estaba dispuesto a drogarse. Bueno, George estaba fuera por alguna razón y yo había estado drogándome toda la noche. No se me pasaba el colocón. Recuerdo que amanecía cuando llegué a su casa y me acosté en su cama, pero no podía dormir. Así que comencé a caminar de una habitación a otra. Durante... horas. Sólo había cuatro habitaciones, pero no podía parar. Me estaba asustando, así que decidí ver algo. George tenía este proyector conectado a un reproductor de DVD, pero no pude encontrar ningún DVD, así que presioné reproducir para ver qué había allí. De repente había gente bailando y cantando. Montones de ellos, con trajes a juego, realizando coreografías elaboradas. Hicieron formas como flores, formas geométricas. Todo ese tipo de cosas. Demasiado para seguir. Al principio pensé: Está bien, pero luego comencé a tener un mal presentimiento. Eran como extraterrestres. Como si estuvieran en un planeta diferente, bailando en el espacio exterior. Un lugar al que nunca podrías llegar, ¿sabes? Y luego pensé: No, me equivoqué. Era nuestro mundo, el planeta danzante, y yo era quien no podía llegar allí”.

Jack lo miró fijamente. "¿De qué coño estás hablando?"

"¿Qué?"

"Te pregunté que por qué no volviste a la escuela".

"Oh sí. Joder...” Valente se rió. “Supongo que fue entonces cuando supe que nunca volvería. Estaba cubierto de polvo”.

Jack negó con la cabeza. "¿Polvo?"

Valente asintió. “Picasso decía que el arte lava el polvo del día a día del alma. ¿Lo pillas?"

Una presión desgarradora había surgido en la cabeza de Jack, y la claridad del día le estaba provocando náuseas. "Colega, tienes que dejar ese rollo de Picasso y Van Gogh".

"¿Qué quieres decir?"

"Nadie te tomará nunca en serio, hablando de Picasso y Van Gogh, y flores silvestres y toda esa mierda", dijo Jack. “No te estoy diciendo nada que no sepas. Encuentra algún artista oscuro del que hablar. Mejor aún, cállate. No digas nada. ¡Jesús!" -estalló-. "Tienes que demostrarle a la gente que puedes jugar el juego".

"¿Que juego?"

Jack se masajeó la frente con la mano. "No seas obtuso".

“Pero son los mejores”, dijo Valente en voz baja.

“Y sabes qué”, continuó Jack sin escucharlo realmente, “no es que porque un artista fuera pobre o incomprendido, y tú seas pobre e incomprendido, las cosas vayan a salirte bien. Millones de personas fracasan. Millones por cada Picasso. No es que fracasar signifique que eres el próximo Van Gogh”.

“No lo veo así”, dijo Valente.

"Bien. Pasito a pasito hacia la cordura. Pero no creas que las personas que tienen éxito no juegan el juego. Todos lo hacen. Picasso lo hizo. Bailan el puto baile. La pureza de espíritu es sólo una mierda de la que hablan una vez que lo han logrado para hacernos creer al resto...

Jack se calló. Valente parecía muy sucio y desaliñado, hojas y ramitas enredadas en el cabello y algo feroz y triste en su mirada. Jack sólo pudo decir, más suavemente: “Mira, coleguita. Dime, ¿adónde te lleva esto?

Valente no respondió. Ese niño atormentado y confundido al que una vez llamaron Picasso, como con cariño, sin cariño, con risa, con dudas, no dijo nada. Se alejó. Después de unos diez pasos se detuvo, como si estuviera a punto de girar, pero luego continuó hacia su coche.

Jack lo vio irse.

Sonó el contacto y desde la ventanilla abierta de su Toyota, Valente gritó: “¡Estás cubierto de polvo!”.

"¿Y que?" dijo Jack

“Me cubriste con tu polvo”, le gritó Valente, poniendo la marcha y dando bandazos hacia adelante.

"Yo no lo hice", gritó Jack en respuesta. "¡Fueron esas malditas niñas del rugby!"

Pero Valente ya estaba acelerando por el camino y probablemente no lo escuchó.


"Tenemos un hueco", dijo Jack. Estaba hablando con Sophie por teléfono.

"¿Se supone que debo saber lo que eso significa?"

“Entre las paredes. Hay un espacio vacío”.

Ella habló con cierta circunspección. “¿No es . . . normal?"

"Como este no. Es un hueco grande. Quizás no es tan grande como una habitación, pero casi.

Una pausa más larga se fue acumulando en la línea. "Jack, ¿de qué se trata?"

“También es tu casa”, dijo. "Pensé que te gustaría saber que hay una cavidad inexplicable en la pared".

"¿Va todo bien?"

“¿Además de la inexplicable cavidad en la pared? Sí, todo es genial”.

"Suenas . . . No sé." Ella misma sonaba cansada. “¿De verdad va todo bien?”

Jack posó sus mejillas y su frente calientes contra la madera fría del marco de la puerta. “¿Recuerdas ese concierto al que fuimos durante las vacaciones, Soph? En algún lugar de la zona alta, tal vez cerca de Central Park. Estaban esos camiones moviéndose por la calle. Se podían escuchar a través de las paredes mientras sonaba la música”.

Ella no respondió durante tanto tiempo que Jack pensó que la línea se había cortado. “Recuerdo el concierto”, dijo finalmente. "No recuerdo los camiones".

"Había camiones".

"Está bien, había camiones".

“Y el sonido de la música. . .” Ya no supo que es lo que quería decir. El alcance de algo inexpresable, una insinuación gigantesca e inasible, se había apoderado de él.


Jack llamó a Valente para disculparse. No había sabido nada de él en una semana. Para su sorpresa, la madre de Valente contestó el teléfono.

"Jonah está en el hospital", dijo. "Está bien, no te preocupes, pero se supone que no debe ver a nadie todavía".

"¿Qué ha pasado?"

Hubo una pausa. “¿De qué conoces a Jonah?” preguntó.

Jack le dijo que eran viejos amigos de la universidad y que recientemente se había mudado a la zona.

“Tal vez a Jonah le gustaría contártelo él mismo cuando se sienta mejor”, dijo su madre.

Jack reflexionó sobre ello brevemente pero pronto centró su atención en otras cosas. Una semana después, de forma bastante inesperada, recibió por correo una carta de Valente. Estaba escrito en cartulina marrón con una letra grande y hermosa:

Hola Jack,

En primer lugar, no te sientas mal cuando escuches lo que pasó o no creas que me debes una disculpa o algo parecido. Discutimos, ¿y qué? No lo tomo como algo personal. Pero no agregues esto a tu lista de razones por las que estoy loco. No estoy tan loco. Sólo un poco más loco que tú. O tal vez no, ¡ja, ja!

Nunca te dije esto, pero a veces me deprimo bastante. Las últimas palabras de Van Gogh fueron "la tristesse durera toujours", que en francés significa "la tristeza durará para siempre". Pero murió con una sonrisa en el rostro, dicen, y a veces pienso en eso y pienso que la vida no es tan mala.

Tienes razón, hablo mucho de Van Gogh y Picasso. ¿Qué puedo decir? Son mis héroes y me reconforta tenerlos cerca. No es normal, pero supongo que yo no soy normal. Cuando intento serlo, siento que me asfixio, ¿sabes? Me dije a mí mismo, simplemente diré lo que tengo en mente y la gente podrá pensar lo que quiera. Tonto, ¿eh? No creo que alguna vez aprenda a jugar el juego del que hablabas, pero tal vez eso también esté bien, ¿no crees?

Los médicos dicen que mi principal problema es la falta de proporción. Bueno, no puedo negarlo. Tengo nociones extrañas y es como si no pudiera resistirme. Después de nuestra discusión, estaba pensando en El Hombre de la Cuerda y se me metió en la cabeza que iba a escalar el depósito de agua y pintarlo, como siempre dijimos Ropeman y yo. Supongo que estaba bastante borracho. Todo el mundo dice que tengo suerte de no haberme lastimado más. El rugby se acabó por una temporada, pero los médicos se están dando cuenta de que no soy un peligro para mí mismo.

Una historia más de Van Gogh, si no me cortas la cabeza por contarla, ¡ja, ja! No tengo mis libros aquí así que es de memoria. En una carta a Theo, Van Gogh dice que sabe que es un don nadie, un vagabundo, básicamente, a los ojos del mundo. Y a pesar de eso, dice, le gustaría mostrar en su trabajo lo que hay en el corazón de ese don nadie. Creo que es genial.

El otro día vinieron a verme las niñas del rugby, seis o siete de ellas. ¡Están locas esas chicas! Me trajeron brownies que hornearon. Ojalá hubiera sabido que eran brownies de marihuana antes de comer tantos. . . . Creo que las chicas se sintieron mal por no poder pelear conmigo, porque dos de ellas comenzaron a luchar allí mismo en el hospital hasta que la enfermera Ratched las echó. (En realidad, se llama Sally y es maja). Pero me animó ver a las chicas. ¡Oye, no te preocupes por mí! En poco tiempo estaré de vuelta pintando con velas de cumpleaños encendidas en mi sombrero.

Tu hermano,

Jonah

 

Pasaron dos años antes de que Jack volviera a ver a Valente. El día en cuestión, él y Sophie estaban al otro lado del río, ojeando en tiendas de antigüedades y cafeterías mientras su hija dormía una siesta colgada en la mochila de bebé. En Chandor, un pueblo justo al norte de Rock Basin, Jack encontró a Valente en una feria de artesanía, trabajando en uno de los puestos. A su alrededor había pequeños lienzos llamativos que mostraban naturalezas muertas, casas de campo y arbustos con flores brillantes.

“¡Jack Francis!” Valente bramó cuando Jack se acercó.

"Hola, Jonah." Sophie estaba en una parte diferente de la feria, mirando joyas o vestidos vintage.

"¿Que pasa?" Valente parecía realmente contento de verlo. Jack, al menos, no leyó en su mirada ningún rastro de su último encuentro o de los años transcurridos, sólo esa cualidad inquieta, como si cada instante se tambaleara en un precipicio incierto.

"Nada", dijo Jack. "Dando una vuelta por aquí. He venido con Sophie. Y una pequeña humana que salió de ella”.

Valente sonrió. “Sophie finalmente tomó su decisión”.

"Si, eso parece." Jack había olvidado su viejo chiste. "¿Son tuyos?" dijo y señaló los cuadros.

"¿Estos?" El rostro de Valente se quedó en blanco y de repente apareció en él un fuego sin rastro de humor. El cambio fue tan precipitado que Jack se preguntó por un segundo si, en realidad, había dicho algo diferente e imperdonable.

"¿Qué?" Dijo Jack.

Valente echó la cabeza hacia atrás y se rió. “Tío, realmente debes pensar que soy un desastre pintando. ¿Esta mierda? Los señaló con la mano. “Solo le estoy haciendo un favor a mi amigo Raj. No pintaría esta mierda ni muerto."

"Ya veo", dijo Jack, no del todo seguro de haberlo hecho. "¿Cómo va todo?"

Valente se encogió de hombros. "Todavía no estoy en el Louvre".

"No." Jack cogió y dejó un lienzo que parecía mostrar a un niño de un color raro o un muñeco, o posiblemente un payaso.

Valente le estaba haciendo una pregunta. Jack tardó un momento en darse cuenta de que estaba preguntando por el hueco. ¿Qué había pasado con él? "¿Hueco?" repitió Jack. La palabra desencadenó algo en él, una sensación de déjà vu, pero no logró atrapar el recuerdo. Hacía meses, años que no pensaba en el hueco. Parecía que había pasado mucho más tiempo del que era posible desde que Valente se lo señaló, un recuerdo mucho más profundamente enterrado en el pasado de lo que permitían los hechos. Miró a Valente impasible, aunque es posible que en sus ojos danzara una ligera alegría. "¿Qué hueco?"

Valente entrecerró los ojos, tratando de evaluar lo que estaba sucediendo. Sostuvo la mirada de Jack y luego sonrió. Un resoplido surgió de él, una risa, y luego Jack también se echó a reír. Se rieron con más ganas, partiéndose de risa sinceramente. Jack no recordaba la última vez que se había reído tanto, ni por qué, se reían en realidad, pero rugían, luchando por respirar.

"¿Que es tan gracioso?" Sophie estaba tocando a Jack en el hombro. "¿De qué te ríes?"

Jack se giró, sonriendo y estaba a punto de encogerse de hombros, cuando Valente intervino y con su voz fuerte y abrupta respondió: "De la tristeza."

Su risa se apagó. Jack estudió la piel cada vez más delgada y arrugada alrededor de los ojos de Valente, esperando que sucediera algo. Valente sonreía ampliamente, con determinación. Era la determinación de una persona grande y torpe que se estrellaba contra un mundo de puertas de cristal y pantallas vaporosas. Jack se dio cuenta de que estaba esperando a que Sophie dijese que había escuchado mal, pero ella no dijo nada. Sólo apretó los labios. Respiró tranquilamente. El día era cristalino, azul, tocado de nubes. Fresco. Una ligera brisa. El mercado zumbaba. Un murmullo de charla. Ladridos de perros. Olor a flores cortadas, a quemado. Colores. Hojas trituradas. Un tubo de escape. Una campanita, tintineo. Un chal amarillo. El tiempo agrupándose. Una apertura. Un momento, antes de que alguien hablara.

jueves, 2 de marzo de 2023

Millonarios buscando refugio para el colapso. "Contra el futuro", de Marta Peirano.

Sobre los millonarios buscando un lugar para su búnker y una manera de tener a sus mercenarios bajo control:

"En un ensayo titulado «La supervivencia de los más ricos y cómo traman abandonar el barco», el teórico Douglas Rushkoff cuenta que en algún momento de 2017 le pagaron el equivalente a medio año de su salario como profesor universitario para dar una conferencia en un resort de superricos. Para su sorpresa, la audiencia estaba compuesta de cinco hombres que no tenían interés alguno en su conferencia sino que querían empezar directamente con los ruegos y preguntas. Tras un prolegómeno de preguntas habituales (Bitcoin o Ethereum, computación cuántica, etc.), los hombres procedieron a lo que a Rushkoff le parecieron las cuestiones que verdaderamente les preocupaban, la razón por la que le habían invitado. Querían saber qué región sufriría menos el impacto de la crisis climática, Nueva Zelanda o Alaska, y cómo mantener la autoridad sobre el equipo de seguridad de su búnker después de «El Evento», siendo este una catástrofe climática, social, pandémica o técnica, como un ataque masivo a las infraestructuras críticas o el Gran Apagón.

Sabían que necesitarían guardias armados para proteger sus propiedades de la masa furiosa. Pero ¿cómo pagarían a esos guardias cuando el dinero dejara de tener valor? ¿Qué impediría que los guardias escogieran a su propio líder? Los millonarios consideraron usar una combinación especial de cerrojos para acceder a la comida. También pensaron en obligar a los guardias a llevar collares disciplinarios de algún tipo a cambio de garantizar su supervivencia. O construir robots que hicieran de guardias y trabajadores, si la tecnología pudiera desarrollarse a tiempo.

«De pronto lo entendí —dice Rushkoff—. Para ellos, esta era una conversación sobre el futuro de la tecnología», porque la tecnología que les interesa es la que sirve para escapar y aislarse «del peligro real y presente del cambio climático, la subida del nivel del mar, las migraciones masivas, pandemias globales, pánico nativista y escasez de recursos». Para el 1 por ciento, la crisis climática no es el problema, sino el contexto de los dos problemas que verdaderamente les preocupan: cómo seguir disfrutando de una cantidad desproporcionada de recursos cada vez más escasos sin pagar las consecuencias. Al igual que la singularidad —la fantasía de una insurrección robot que acabe con la especie humana—, las burbujas espaciales son una proyección del odio de clase. Sueñan con construir robots que hagan de guardias y trabajadores, y quieren estar lo más lejos posible del colapso que traería esa clase de automatización. Los castillos burbuja de Jeff Bezos son una variante extrema de los espacios que ya ocupan, espacios artificiales donde reproducir las condiciones de la naturaleza terrestre, a costa de consumirlas en otra parte y al triple de velocidad. Es lo que hacen las sedes de las grandes firmas tecnológicas como Menlo Park y Googleplex."


Sobre la frustración ante el cambio climático:

"Como conciliar un mundo en el que las empresas más contaminantes son premiadas y protegidas por las mismas instituciones que deberían fiscalizarlas, donde las multinacionales ejercen un poder desprovisto de responsabilidades y aquellos que toman las decisiones que más afectan al planeta están protegidos de sus consecuencias. «Es mi primera vez en Davos y tengo que decir que está siendo una experiencia desconcertante —comentaba el joven historiador holandés Rutger Bregman en un panel del Foro Económico Mundial en 2019—. Han llegado mil quinientos jets privados para ver a David Attenborough hablar de cómo estamos destruyendo el planeta. Escucho a la gente hablar de participación y justicia, igualdad y transparencia, pero nadie habla del verdadero problema, que es la evasión de impuestos. Que los ricos no pagan su contribución. Me siento como un bombero en un congreso de bomberos en el que no está permitido decir la palabra “agua”». Su intervención se hizo inmediatamente viral, no porque desvelara algo que no supiese todo el mundo sino porque, al señalar la incongruencia, al menos pudimos reírnos colectivamente de la premisa del encuentro: que los líderes mundiales se reúnen todos los años en un resort del cantón de los Grisones suizo para buscar soluciones a las grandes crisis del mundo. «Podemos seguir hablando toda la vida de todas estas estrategias filantrópicas, podemos volver a invitar a Bono a que venga a hablar —terminó Bregman—. Pero lo que tenemos que hacer es hablar de impuestos. ¡Impuestos, impuestos, impuestos! Todo lo demás es basura, en mi opinión».


No solo es basura. Es la clase de basura que nos envenena, porque nos hace sentir tan estúpidos ante la magnitud de la estafa que altera nuestra capacidad de tomar decisiones coherentes o al menos compatibles con nuestros principios. ¿De qué vale que yo deje de coger el coche, de comprar pañales desechables o de comer salchichas? ¿Por qué tengo que ser yo el pringado que coge trenes cuando la gente que más daño hace sigue viajando en jet? La disonancia cognitiva que produce la posibilidad de nuestro sacrificio contra su despilfarro nos hace sentir tan estúpidos que preferimos convertirnos en cínicos antes que caer en el bochorno de la ridiculez. Como decía Karl Marx, los cínicos no nacen, se hacen. Son los que se ocupan de que nada cambie, la policía del statu quo. Los medios de comunicación confirman el sinsentido con una dieta de shock permanente en la que se mezclan los ataques terroristas y las crisis financieras con los tsunamis, terremotos e inundaciones, los vertidos en el golfo de México con las erupciones volcánicas, los incendios forestales con las manifestaciones a favor de la independencia de Hong Kong o contra la represión en Chile, el primer millón de muertes por la pandemia con el asesinato televisado de George Floyd. Kahneman tiene motivos para ser pesimista. Es muy difícil pensar en el cambio climático sin sentir vergüenza, sin sentirse estúpido, sin sentirse impotente y sin caer en la depresión. Muchos especialistas describen el momento presente como la tormenta perfecta para un estado de parálisis grupal. Incluso los más concienciados eligen la vía del escapismo, huyendo al pueblo para volver a una vida más sencilla, de plantar cosas y cocinar despacio. Abandonar la rueda no la detiene, sino que significa abandonar la lucha contra la desinformación y el capitalismo caníbal. No tenemos tiempo para eso. Como dice Cesare Pavese, la única manera de escapar del abismo es contemplarlo, medirlo, sondearlo y descender a él."

Sobre Litvinenko. "Londongrad", de Mark Hollingsworth & Stewart Lansley.

Información interesante en este libro, incluso se comenta la posibilidad de que Berezovsky, enemigo acérrimo de Putin, y muerto él mismo en extrañas circunstancias, fuese el responsable de su muerte. Un personaje muy complejo, turbio y con muchas caras, Litvinenko, lejos del adorable colaborador con los británicos por la democracia en Rusia.

"...Litvinenko developed into a very serious young FSB officer: earnest and intense, he had little social life. But he also developed a reputation for living in a world of fantasy and conspiracies. He later claimed, for example, that FSB agents had trained al-Qaeda operatives in Dagestan and were involved in the September 11 attacks. Specialist Eastern Europe writer Thomas de Waal revealed another side of Litvinenko; he found him to have a ‘manic personality’ with ‘a taste for public theatrics’..."

La paranoia en las redes sociales. "La cabaña del fin del mundo", de Paul Tremblay.

" ...un artículo acerca de la preocupante crisis de la salud mental en el siglo XXI, con un número creciente de personas aquejadas de fantasías paranoicas y psicóticas que deciden ignorar cualquier ayuda profesional y se aíslan de sus amistades y sus familias. En vez de eso, estas personas buscan apoyo emocional en la red, donde encuentran cientos o incluso miles de individuos que piensan como ellos (muchos de los cuales se califican de perseguidos o incluso «controlados mentalmente») en las redes sociales y, sí, también en foros de discusión. En la red, a la persona que sufre este tipo de delirio no le dicen que lo que está experimentando es un desequilibrio químico o el resultado de un mal funcionamiento de sus sinopsis, nadie la acusa de no estar en su sano juicio. Al contrario, estos grupos online refuerzan y validan esos delirios porque a ellos les ocurre lo mismo. Hace poco, en una base militar de Luisiana, un hombre había matado a tres personas a tiros; formaba parte de un numeroso grupo online de perseguidos cuyas publicaciones en blogs y vídeos de YouTube explicaban cómo un gobierno en la sombra estaba acosándolos y empleando armas de control mental en un intento por destrozarles la vida."

Cuando intervenir en otros países está bien. "Paletos salvajes", de Íñigo Domínguez.

 Sobre las injerencias de EEUU en Italia.

"Empezó a destaparse todo. El gran arrepentido de la mafia, Tommaso Buscetta, había dicho en 1984 a Falcone que no iba a hablar de las complicidades políticas porque le iban a tomar por loco. Pero en 1992 rompió su silencio: «Solo digo un nombre, Andreotti». A partir de 1996 emergió otro oscuro trozo del pasado, el asesinato del periodista Mino Pecorelli en 1979. Andreotti llegó a ser condenado a 24 años en segunda instancia, pero fue absuelto en 2003. Sin embargo salieron a la luz inquietantes hechos y testimonios, sombras que aún esperan explicación. Es una locura contarlo todo, pero lo vamos a intentar: empieza con el secuestro y asesinato por las Brigadas Rojas de Aldo Moro en 1978.

Aldo Moro, ex primer ministro democristiano y uno de los líderes más importantes de su partido, se sintió abandonado en su cautiverio por los suyos e intuyó que querían librarse de él. Las razones son complejas, pero el trasfondo vuelve a ser la Guerra Fría. Moro, alarmado por el golpe de Estado en Chile en 1973 y preocupado porque se repitiera una situación similar en Italia en caso de victoria comunista, estaba a favor de ir incorporando al PCI a las instituciones para ir normalizando su presencia. Esta idea, pésima y peligrosa para Estados Unidos, se llamó «el compromiso histórico». Secuestrado por las Brigadas Rojas empezó a intuir que quizá había caído en el engranaje de la guerra sucia. Escribió entonces un famoso memorial, oculto hasta 1991, en el que contó todo lo que sabía de los trapos sucios italianos y cargó sobre todo contra Andreotti, por sus relaciones con la logia masónica P-2 y el banquero mafioso Michele Sindona.

Aquí se abre otro enrevesado culebrón: en pleno escándalo del IOR, la banca vaticana, Andreotti defendió hasta el final a Sindona, mezclado en este asunto y que chantajeaba al poder con sus secretos. El final fue que Sindona acabó envenenado en prisión con un café al cianuro en 1986. El abogado encargado de liquidar e investigar los manejos del banco de Sindona se llamaba Giorgio Ambrosoli y es otro de esos héroes, auténticos negativos de Andreotti, que hacen su deber a la luz del sol. Ambrosoli resistió a todas las presiones del mundo político para que se dedicara a otra cosa y fue asesinado en 1979. En 2010 Andreotti soltó una frase increíble que lo retrata: «Se lo andaba buscando».

La tesis de que hubo intentos de liberar a Moro, pero abortados desde el poder, tienen a Andreotti como uno de los principales protagonistas. Además debe recordarse que el gabinete de crisis del secuestro estaba infestado de miembros de la P-2. Eliminado Moro, quedaba el problema de sus escritos. Dos personas tenían el memorial, que era una bomba: el general Carlo Alberto dalla Chiesa, que lo descubrió y se lo entregó a Andreotti y, no se sabe cómo, el periodista Mino Pecorelli, que tenía buenos contactos en los servicios secretos y empezó a publicar insinuaciones. Pecorelli fue asesinado en 1979. Della Chiesa, el vencedor de las Brigadas Rojas, fue enviado a Palermo a luchar contra la mafia en 1982, pero aquello era una trampa y fue abandonado a su suerte. Antes de irse le advirtió a Andreotti que iría a por sus hombres de la DC en Sicilia. Fue asesinado en un atentado anómalo para Cosa Nostra, usada como mano ejecutora por encargo de terceros. Poco después alguien desvalijó la caja fuerte de su casa."


Y más injerencias estadounidenses, esta vez en Polonia:

"Para completar el cuadro, en la progresiva vampirización del Banco Ambrosiano y el enorme agujero que se abrió en sus arcas, tuvo mucho que ver el banco del Vaticano, el IOR, controlado por el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus. En parte, porque el IOR bombeaba dinero para financiar el sindicato Solidaridad de Lech Walesa en Polonia, dentro de la diplomacia secreta del Vaticano para derribar el régimen comunista del país de Juan Pablo II. La banda de la Magliana también habría invertido dinero en el IOR, que después no pudo recuperar, una cuestión pendiente que volverá a salir más adelante."

La guerra sucia y una reflexión sobre migrar. "Tomás Nevinson", de Javier Marías.

 Sobre la guerra sucia contra ETA:

En 1999 apareció muerto en un descampado de Rentería, en Guipúzcoa, Geresta Mujika u ‘Oker’ o ‘Ttotto’, con un tiro en la sien derecha y dos muelas arrancadas de mala manera. Fuentes policiales y judiciales hablaron de suicidio con desparpajo, no así la prensa batasuna; claro está. El segundo dato era insólito, y se señaló el absurdo de que, siendo diestro Geresta Mujika, se hubiera encontrado junto a su mano izquierda la pistola Astra de calibre 6,35 con la que se habría despachado al otro mundo. Tiempo después, en 2001, en una entrevista periodística, el ex-General Sáenz de Santamaría, asesor antiterrorista de los Gobiernos del PSOE entre 1986 y 1996, aludió a aquella muerte sin muchas ambigüedades: ‘Hay también guerra irregular. Supongo que sí. —Él prefería ese vocablo antes que ‘sucia’—. Los comandos no se entregan solos. Incluso ha aparecido algún muerto con un diente extraído a martillazos. Después de morir no se pegan martillazos en la boca. —Y añadió—: No lo digo como crítica. No hay más remedio que emplear la guerra irregular contra unos tíos que vienen a matar por la espalda. Está bien el Estado de Derecho, pero no se puede llevar hasta sus últimas consecuencias, porque quedaríamos en manos de los terroristas’. Era el mismo que en 1995 había declarado en otra entrevista, según me había ilustrado Pérez Nuix: ‘En la lucha contraterrorista, hay cosas que no se deben hacer. Si se hacen, no se deben decir. Si se dicen, hay que negarlas’. Al cabo de seis años, ya no hizo exactamente lo último. Claro que sus palabras fueron ‘Supongo que sí’, porque por entonces ya no era asesor del Gobierno. En 1996 había sido inculpado por un juez, pero la cosa no pasó de ahí. Prestó declaración ante un magistrado que lo dejó en libertad sin fianza. Murió con ochenta y cuatro años, en 2003.

Sobre cambiar de vida.

Uno se traslada a un sitio sin saber que se verá atrapado, que montará allí un negocio o su vida entera, que se casará y tendrá hijos locales y se incorporará a sus costumbres, y que los tiempos provisionales se convertirán en perpetuos. Que cada vez le parecerá más difícil salir del lugar, que primero le dará pereza abandonarlo y más tarde le dará temor, como si la existencia extramuros entrañara riesgos extremos, adentrarse en el océano con un anticuado velero que ya ha olvidado gobernar.

martes, 13 de septiembre de 2022

"Verano"


 "Verano", 2022. Óleo sobre lienzo.

Lo primero que me llamó la atención de este cuadro  fue la ausencia de un rostro donde poder reconocer a la protagonista de la obra. Hasta ahora, todo lo que había podido ver en sus obras anteriores tenía varios elementos en común, salvo excepciones. Retratos de mujeres jóvenes, ambientes veraniegos, colores vivos, escenas relajadas. 

Ya se podía apreciar una buena técnica con el óleo, así como una manera de combinar colores sin complejos, normalmente colores brillantes, básicos, que destacan sobre todo en la ropa de las figuras femeninas en contraste con los colores fríos de fondo.

Pero este cuadro va más allá. La protagonista sigue siendo una mujer joven, quizá incluso una adolescente, aunque, al no poder ver su cara, sólo podemos especular.

Me parece muy valiente hacer un cuadro donde la protagonista única y absoluta es una mujer cuyo rostro queda oculto por las burbujas que exhala al respirar. Está sumergida en el agua, y más que buceando, parece observar al espectador en una pose desenfadada, como implicando cierta complicidad, en una suerte de juego, donde quizá nos invita a lanzarnos al agua con ella.

Sin duda, es admirable la técnica de pintar al óleo una figura humana con todos los reflejos y distorsiones que provoca la luz bajo el agua, incluidas esas burbujas de aire. Pero no fue eso por lo que la obra me cautivó.

Creo que la falta de un rostro donde identificar a la protagonista es un acierto. Porque ese rostro lo imaginamos nosotros como espectadores. Y es ahí donde creo que hay un salto de calidad con respecto a obras anteriores de la autora, en la implicación del espectador y su obligación de participar en el cuadro. 

Hasta ahora, en sus obras , había podido ver escenas alegres, calmadas, donde el espectador tiene un mero papel contemplativo. Pero la actitud de esta nadadora anónima nos fuerza a imaginar, incluso nos lleva a recordar. Y es que todos hemos vivido esa escena en nuestras vidas. Éramos jóvenes, y nos pasábamos el verano buceando en la playa, o quizás jugando en la piscina municipal, rodeados de amigos, cuando parecía que los veranos eran eternos, que los días no avanzaban porque eran todos iguales; calor, agua, risas, sol. Amistades infinitas. Felicidad.

Teníamos la vida por delante, y también el verano, y ella era alguien especial, quizás ese primer amor platónico de verano, tan sencillo pero tan especial. Los cuerpos eran jóvenes, los bañadores de colores brillantes. Todo era fácil y divertido.

Esa chica sigue ahí, invitándonos a lanzarnos al agua con ella, y quizás por eso este cuadro es tan especial, porque debajo de la superficie de diversión, juventud y felicidad, late cierta nostalgia, escondida bajo la superficie del agua. Porque esos veranos ya pasaron, ya pasó la juventud, los cuerpos envejecieron y la felicidad se agrió de muchas maneras inesperadas.

Y lo único que podemos hacer es sonreír a esa chica desde el otro lado y recordar, con cierta melancolía, lo que esta obra ha podido atrapar, un segmento de tiempo. Quizás el mejor tiempo de toda una vida.